¡Una bella historia!... adultos y niños no olvidéis pedir un deseo cuando vean la Estrella... Magia, Cuento o Leyenda... daros la oportunidad de entender el Mensaje de la Buena Nueva de Jesús.
... Dice la leyenda que...
Los Reyes
Magos que llegaron desde Oriente para ofrecer presentes al Mesías siguiendo a
la estrella de Belén no fueron tres, sino cuatro, aunque el cuarto, el
astrónomo Artabán, no llegó a ver al Niño Jesús porque se “entretuvo” en el
camino, según un relato navideño escrito hace más de un siglo.
Cuenta una
leyenda rusa que fueron cuatro los Reyes Magos...
Luego de haber visto la
estrella en el oriente, partieron juntos llevando cada uno sus regalos de oro,
incienso y mirra. El cuarto llevaba vino y aceite en gran cantidad, cargado
todo en los lomos de sus burros.
Luego de
varios días de camino se internaron en el desierto. Una noche los agarró una
tormenta. Todos se bajaron de sus cabalgaduras, y tapándose con sus grandes mantos
de colores, trataron de soportar el temporal refugiados detrás de los camellos
arrodillados sobre la arena. El cuarto Rey, que no tenía camellos, sino sólo
burros buscó amparo junto a la choza de un pastor metiendo sus animalitos en el
corral de pirca. Por la mañana aclaró el tiempo y todos se prepararon para
recomenzar la marcha. Pero la tormenta había desparramado todas las ovejitas
del pobre pastor, junto a cuya choza se había refugiado el cuarto Rey. Y se
trataba de un pobre pastor que no tenía ni cabalgadura, ni fuerzas para reunir
su majada dispersa.
Nuestro
cuarto Rey se encontró frente a un dilema. Si ayudaba al buen hombre a recoger
sus ovejas, se retrasaría de la caravana y no podría ya seguir con sus
Camaradas. El no conocía el camino, y la estrella no daba tiempo que perder.
Pero por otro lado su buen corazón le decía que no podía dejar así a aquel
anciano pastor. ¿Con qué cara se presentaría ante el Rey Mesías si no ayudaba a
uno de sus hermanos?
Finalmente
se decidió por quedarse y gastó casi una semana en volver a reunir todo el
rebaño disperso. Cuando finalmente lo logró se dio cuenta de que sus compañeros
ya estaban lejos, y que además había tenido que consumir parte de su aceite y
de su vino compartiéndolo con el viejo. Pero no se puso triste. Se despidió y
poniéndose nuevamente en camino aceleró el tranco de sus burritos para acortar
la distancia. Luego de mucho vagar sin rumbo, llegó finalmente a un lugar donde
vivía una madre con muchos chicos pequeños y que tenía a su esposo muy enfermo.
Era el tiempo de la cosecha. Había que levantar la cebada lo antes posible,
porque de lo contrario los pájaros o el viento terminarían por llevarse todos
los granos ya bien maduros.
Otra vez se
encontró frente a una decisión. Si se quedaba a ayudar a aquellos pobres
campesinos, sería tanto el tiempo perdido que ya tenía que hacerse a la idea de
no encontrarse más con su caravana. Pero tampoco podía dejar en esa situación a
aquella pobre madre con tantos chicos que necesitaba de aquella cosecha para tener
pan el resto del año. No tenía corazón para presentarse ante el Rey Mesías si
no hacía lo posible por ayudar a sus hermanos. De esta manera se le fueron
varias semanas hasta que logró poner todo el grano a salvo. Y otra vez tuvo que
abrir sus alforjas para compartir su vino y su aceite.
Mientras
tanto la estrella ya se le había perdido. Le quedaba sólo el recuerdo de la
dirección, y las huellas medio borrosas de sus compañeros. Siguiéndolas rehizo
la marcha, y tuvo que detenerse muchas otras veces para auxiliar a nuevos
hermanos necesitados. Así se le fueron casi dos años hasta que finalmente llegó
a Belén. Pero el recibimiento que encontró fue muy diferente del que esperaba.
Un enorme llanto se elevaba del pueblito. Las madres salían a la calle llorando,
con sus pequeños entre los brazos. Acababan de ser asesinados por orden de otro
rey. El pobre hombre no entendía nada. Cuando preguntaba por el Rey Mesías,
todos lo miraban con angustia y le pedían que se callara. Finalmente alguien le
dijo que aquella misma noche lo habían visto huir hacia Egipto.
Quiso
emprender inmediatamente su seguimiento, pero no pudo. Aquel pueblito de Belén
era una desolación. Había que consolar a todas aquellas madres. Había que
enterrar a sus pequeños, curar a sus heridos, vestir a los desnudos. Y se
detuvo allí por mucho tiempo gastando su aceite y su vino. Hasta tuvo que
regalar alguno de sus burritos, porque la carga ya era mucho menor, y porque
aquellas pobres gentes los necesitaban más que él. Cuando finalmente se puso en
camino hacia Egipto, había pasado mucho tiempo y había gastado mucho de su
tesoro. Pero se dijo que seguramente el Rey Mesías sería comprensivo con él,
porque lo había hecho por sus hermanos.
En el
camino hacia el país de las pirámides tuvo que detener muchas otras veces su
marcha. Siempre se encontraba con un necesitado de su tiempo, de su vino o de
su aceite. Había que dar una mano, o socorrer una necesidad. Aunque tenía temor
de volver a llegar tarde, no podía con su buen corazón. Se consolaba diciéndose
que con seguridad el Rey Mesías sería comprensivo con él, ya que su demora se
debía al haberse detenido para auxiliar a sus hermanos.
Cuando
llegó a Egipto se encontró nuevamente con que Jesús ya no estaba allí. Había
regresado a Nazaret, porque en sueños José había recibido la noticia de que
estaba muerto quien buscaba matarlo al Niño. Este nuevo desencuentro le causó
mucha pena a nuestro Rey Mago, pero no lo desanimó. Se había puesto en camino
para encontrarse con el Mesías, y estaba dispuesto a continuar con su búsqueda
a pesar de sus fracasos. Ya le quedaban menos burros, y menos tesoros. Y éstos
los fue gastando en el largo camino que tuvo que recorrer, porque siempre las
necesidades de los demás lo retenían por largo tiempo en su marcha. Así pasaron
otros treinta años, siguiendo siempre las huellas del que nunca había visto
pero que le había hecho gastar su vida en buscarlo.
Finalmente
se enteró de que había subido a Jerusalén y que allí tendría que morir. Esta
vez estaba decidido a encontrarlo fuera como fuese. Por eso, ensilló el último
burro que le quedaba, llevándose la última carguita de vino y aceite, con las
dos monedas de plata que era cuanto aún tenía de todos sus tesoros iniciales.
Partió de Jericó subiendo también él hacia Jerusalén. Para estar seguro del
camino, se lo había preguntado a un sacerdote y a un levita que, más rápidos
que él, se le adelantaron en su viaje. Se le hizo de noche. Y en medio de la
noche, sintió unos quejidos a la vera del camino. Pensó en seguir también él de
largo como lo habían hecho los otros dos. Pero su buen corazón no se lo dejó.
Detuvo su burro, se bajó y descubrió que se trataba de un hombre herido y golpeado. Sin pensarlo dos
veces sacó el último resto de vino para limpiar las heridas. Con el aceite que
le quedaba untó las lastimaduras y las vendó con su propia ropa hecha jirones.
Lo cargó en su animalito y, desviando su rumbo, lo llevó hasta una posada. Allí
gastó la noche en cuidarlo. A la mañana, sacó las dos últimas monedas y se las
dio al dueño delalberguediciéndoleque pagara los gastos del hombre herido. Allí
le dejaba también su burrito por lo que fuera necesario. Lo que se gastara de
más él lo pagaría al regresar.
Y siguió a
pie, solo, viejo y cansado. Cuando llegó a Jerusalén ya casi no le quedaban más
fuerzas. Era el mediodía de un viernes antes de la Gran Fiesta de Pascua. La
gente estaba excitada. Todos hablaban de lo que acababa de suceder. Algunos
regresaban del Gólgota y comentaban que allá estaba agonizando colgado de una
cruz. Nuestro Rey Mago gastando sus últimas fuerzas se dirigió hacia allá casi
arrastrándose, como si el también llevara sobre sus hombros una pesada cruz
hecha de años de cansancio y de caminos.
Artabán, ya
enfermo y moribundo, llegó a los pies de la cruz comprendiendo que su esfuerzo
había sido en vano, pero en su desesperación se sintió arropado por una cálida
voz que le susurró al oído.
“Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y
me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste,
me hicieron prisionero y me liberaste.”
Artabán,
desconcertado, intentó recordar cuándo hizo todas esas cosas, y miró sus manos
vacías, sin ofrendas... Parecía absurdo que después de tantos años intentando
hallar a Jesús, ahora se encontraran para morir juntos. Artabán, desde el
suelo, le miraba en la cruz y éste, con una voz que parecía un bálsamo para su
alma le dijo:
“Creíste que todos tus esfuerzos y sacrificios fueron un obstáculo para llegar a mí, sin darte cuenta de que todo lo que hiciste, que a todos aquellos a quienes ayudaste…, me estabas ayudando a mí, por ello te digo:
Fuente: Internet. Autor desconocido.
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