Me siguen

lunes

Un día como hoy... hace 87 años


Muere Gaudí.

He estado en Barcelona en varias ocasiones e indudablemente el símbolo que representa mejor a la ciudad es el templo de La Sagrada Familia, la gran obra de Gaudí que no alcanzó a terminar.

He admirado no sólo el templo de la Sagrada Familia, sino todas sus obras, y hoy que he leído su biografía me ha maravillado aún más que sus obras, el ser humano genial, modesto y humilde que fue, es por esa razón que he tomado del blog de La Alacena de la Ideas este post que transcribo a continuación, porque  creo  que es una forma de rendirle un homenaje al insigne arquitecto, a su obra, pero sobre todo al gran hombre que fue Gaudí.

Cuántos de nosotros nos sentimos orgullosos y nos pavoneamos por cualquier cosa que hemos hecho bien en la vida, cuando existen hombres y mujeres que verdaderamente han logrado con sus obras dejar plasmadas grandes aportaciones y sencillamente pasan por la vida con una extraordinaria humildad. Mi reflexión: deberíamos aprender de esos grandes seres y dejar de vivir de orgullos y apariencias.

"La genialidad suele estar relacionada por norma con la excentricidad y alguien como Gaudí se destacaría sobremanera en todos los campos y facetas, empezando por su prolija aportación al arte universal y continuando por las prácticas cotidianas que llamarían la atención de los vecinos, porque el joven Antonio tuvo a todo un maestro en esto de las “rarezas”. Estamos en el siglo XIX y su padre es un firme defensor de la hidroterapia, recomienda los paseos descalzo por la hierba, el rigor alimenticio y la ahora ya extendida costumbre de tomar la fruta antes del almuerzo. Los Gaudí toman parte de la naciente casa Danone y expanden con fervor las propiedades beneficiosas del yogur. El joven Antonio, un devotísimo católico y un piadoso hombre, vivirá de acuerdo a normas de un ascetismo supino, siempre con una extraordinaria modestia en el vestir, sin concesión alguna al lujo y convencido de la necesidad de la castidad. Jamás casaría ni tendrá trato sexual alguno.

Sin duda, el símbolo que representa mejor a la ciudad de Barcelona es el magnífico templo de la Sagrada Familia, diseñado por el reconocido arquitecto catalán Antonio Gaudí, y que está en construcción desde el año 1882. Ubicada en el Ensanche, la zona modernista por excelencia de España, se puede hacer perfecta referencia a este espacio urbano como la ruta del “art nouveau” y de Gaudí. Icono de la arquitectura modernista y referencia estética mundial, es el segundo monumento más visitado de España por detrás y a muy poca distancia de la Alhambra. Su compleja construcción que se dilata por espacio de más de 130 años privó al creador de verla concluida. De hecho sólo la fachada del Nacimiento estaba acabada en vida de Gaudí. No obstante, el maestro sabía que jamás podría ver terminada su gran obra, así que Gaudí estaba consciente de que no iba a terminar este ambicioso proyecto en vida, así que hizo planes para que su obra pudiera ser llevada a cabo por distintas generaciones y por ello estableció un diseño en el que podía llevarse a cabo la construcción de sus fachadas y testeros de manera independiente, además de que cada una estaría influida por los estilos arquitectónicos característicos de cada generación que las fuera concluyendo.

El diseño del proyecto se hizo con puras formas geométricas y se dejó muy clara la relación existente entre ellas, para que pudieran ser interpretadas por quienes siguieran la construcción del Templo. Sólo había en el diseño una premisa a seguir: el aborrecimiento de Gaudí por las líneas rectas. Un modernista como él, que basa sus creaciones en la emulación de la naturaleza, detesta la recta, que no existe en el mundo natural ni había de estar en la Sagrada Familia. Las columnas tienen forma de árbol, con las que además del sorprendente efecto óptico, consiguió distribuir los mejor los pesos y evitar elementos de soporte externos al edificio.

Rubio, de ojos azules, parco en palabras, generoso el trato... comía con frugalidad, vestía ropa vieja, ya gastada, se desplazaba a pie por la ciudad y su aspecto descuidado le llevó a que lo confundieran con un mendigo. Jamás proyectaba sus obras en planos, prefiriendo siempre realizar montajes que ayudaban a visualizar mejor sus ideas. Se ayudaba de maquetas a escala y creó lo que él llamaba “funiculares”: de unos cordeles colgaba pequeñas bolsas con pesos en el interior que doblaban naturalmente la estructura. Calculaba así la forma que debía tener cada arco para sostener el mismo peso a escala real, empleaba espejos y fotografías invertidas y configuraba otras maquetas a las que llamó “estereofuniculares”, “maquetas estereoestáticas”...

Jamás habitó una casa construida por él. Residía en pensiones o en casas de alquiler; en los talleres de obra del Parque Güell mientras lo ejecutaba o en los intestinos de la Sagrada Familia, su última residencia. Incluso llegó a redactar un resumen de últimas voluntades en las que expresaba su deseo de morir en un hospital de beneficencia. Y la fe puso su voluntad en la mano. Era un 7 de junio de 1926; Antonio Gaudí acudía a diario a San Felipe Neri, donde escuchaba misa y le contaba sus cuitas al párroco, que escogió por confesor. En la Gran Vía Barcelonesa, cerca de la Calle Bailén, un tranvía de la línea 30 de la ciudad condal lo atropella y deja inconsciente. Los testigos acuden de manera rezongada a auxiliarlo. Su aspecto es el de cualquier pobre, el de cualquier mendigo que trasiega con la vida. Para colmo, encima no lleva documento alguno que lo identifique y sólo encuentran una pequeña bolsita con unos pocos de frutos secos y un Nuevo Testamento. Un Guardia Civil, apiadado de Gaudí, detiene un taxi y le indica al taxista que lo deje a la entrada del Hospital de Socorro de la Santa Cruz.

Sus colaboradores están extrañados que el metódico, serio y cumplidor genio no haya acudido a las obras de la Sagrada Familia. Al caer la tarde, el nerviosismo es rotundo y lo buscan por lo centros de salud hasta que la noche del 8 de junio lo encuentran en la Santa Cruz. El que lo identifica es el capellán de las inconclusas obras del Templo de la Sagrada Familia y el que da la voz de alarma. La ciudad, conmocionada, reacciona: los mejores médicos pasan por la cochambrosa habitación de Gaudí, pero poco se puede hacer ya por él. La gravedad de sus lesiones son contundentes y el 10 de junio, tal día como hoy de hace 87 años, fallece con la levedad ascética, con la humilde severidad de la que había hecho gala a lo largo de su vida.

El 12 de junio se le honra con unas exequias fúnebres que él desde luego, no habría aprobado. Pero es que acababa de morir el genio más contundente de la arquitectura española de los últimos 200 años y con toda probabilidad, el más original y creativo de los arquitectos modernistas del Mundo. A los 74 años de edad y en la plenitud de una carrera que nunca contó con mecenas y apoyos rimbombantes, Gobernadores, Cardenales, aristócratas y los arquitectos que aprendieron de él, la sociedad institucional entera catalana, acude a su sepelio.

Años después de su muerte, se estudia la posibilidad de abrir el expediente de santidad que la Causa para los Santos tenga a bien estudiar. A Roma llegan alegatos firmes y serios sobre curaciones alcanzadas prodigiosamente por la intercesión de Antonio Gaudí. Tal vez, el grandioso arquitecto fue también santo. Mientras lo decide Roma, lo cierto es que a los demás nos queda el prodigio incontestable de su capacidad innovadora y la sugestión de sus creaciones."

No hay comentarios: