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¿Cómo lograr cambios significativos en nuestra vida?




Para lograr cambios significativos en tu vida y crear las condiciones para vivir en un
estado de satisfacción es necesario que cumplas con estas cuatro condiciones: 

1 - Autoconciencia: tienes que reconocer tus propias carencias, dificultades,
circunstancias desfavorables.

 2 - Autocrítica, debes hacerte responsable de tus propias conductas que producen y/o perpetúan el mal estar.

 3 - Deseo de cambio: tienes que sentir, pensar y hacer lo conveniente para generar transformaciones en la propia vida evaluando las consecuencias de cada decisión tomada. Todo lo anterior debe estar
amorosamente envuelto por, 

4 - Tu buena fe o sea dejar de engañarte a ti mismo.


Vayamos por partes.

Autoconciencia

Todo proceso de cambio comienza con un darse cuenta, con un “ver” la situación,
sentirla. Desde los hechos más simples (“Hay una mancha en mi pantalón”), hasta los
más complejos (“Hay veces en que me doy cuenta que mi vida no tiene sentido”) y
requieren, para ser cambiados, una toma de conciencia. ¿Qué puede pasar luego de
esta toma de conciencia? Dejamos de ser inocentes. 
Tenemos que actuar para resolver el conflicto. Y este actuar puede provocarnos nuevos problemas.
Para evitar sentir el dolor que produce ese darse cuenta de los propios problemas y
rehuir el compromiso y responsabilidad por las acciones para resolverlos algunas
personas instrumentan, sin saberlo, un mecanismo de defensa  llamado
descalificación o desestimación. 
¿Qué es esto?

Descalificación

Esto quiere decir: no ver el problema, quitarle importancia, rechazarlo, devaluarlo,
renegar de eso, excluirlo, negarlo. El pensamiento positivo tiende, justamente, a
consolidar ese mecanismo. Frases tales como "No pienses en eso", "Ya va a pasar", "Todo está bien", "Hoy va a ser un buen día", “Tienes que consolarte, la vida
continúa”, “Sonríe, sonríe”, etc., le quitan importancia al conflicto o situación
problemática lo cual obstaculiza su resolución.
Dada una situación... ¿Qué es lo que se descalifica?
Imaginemos a cuatro amigos quienes, reunidos en un bar, se cuentan sus problemas
sentimentales. Julián ni siquiera percibe las señales que su mujer le envía y que
significan que algo anda mal entre ellos. Pedro, en cambio, sí las percibe pero les dice
a sus amigos que es cosa de mujeres y que ya se le va a pasar. Carlos toma conciencia
de la crisis matrimonial pero declara que él se siente incapaz de hacer algo. Héctor
afirma, sin dudar un instante, que cuando se presenta un problema de esta naturaleza
ya nada puede hacerse.
Estos cuatro hombres, cada cual con su estilo, no quieren hacerse cargo de que existe
un problema (Julián), de que el problema tiene una significación (Pedro), de que es
posible resolverlo ya sea con recursos propios (Carlos) o con ayuda externa (Héctor)
En definitiva, cualquiera sea el tipo de descalificación, el problema se mantiene sin
resolver.
En síntesis:
Se pueden descalificar varios aspectos de una circunstancia:
1) La situación en sí misma: "eso no está ocurriendo";
2) La importancia de lo que ocurre: "no te preocupes, no es nada."
3) La capacidad propia para resolverla: "no puedo hacer nada"
4) La resolución de esa situación: "nada se puede hacer; nadie puede ayudarme".
La toma de conciencia de un hecho que nos perturba y la aceptación de su existencia
es la primera condición para promover un cambio. Esto posibilita que una persona
comience el camino hacia una transformación de sus condiciones de vida.
Recordemos, entonces: para que puedas empezar a cambiar esas circunstancias que te
hacen sentir infeliz, lo primero que tienes que hacer es ver,sentir, reconocer tanto tu
estado de infelicidad como la o las causas que lo motivan.
Esta tarea no es para nada fácil porque, una vez reconocida la causa, algo tienes que
hacer con ella. Ese conocimiento que te lleva a una toma de decisión y, al final, a una
acción puede provocarte un estado de angustia ante los cambios que tus conductas
pueden originar en tu medio ambiente y red social-familiar.

Imagina, por un momento, que la causa de tu malestar es el desorden que reina en tu
oficina. No encuentras nada, el escritorio está lleno de papeles, varias carpetas sin
rótulo, lápices sin punta, libros apilados en el suelo, etc.. Después de tomar
conciencia de que gran parte de tu deseo de quedarte en casa está dado por el
desorden de tu trabajo, decides hacer algo al respecto. Eliges un fín de semana y te
vas para la oficina a ordenar todo lo desordenado. Compras una biblioteca y un
fichero, clasificas los papeles, tiras todo lo desactualizado, rotulas las carpetas,
acomodas los libros, afilas los lápices, etc.. Le has dedicado varias horas. Te sientes
cansado pero la oficina quedó como a ti te gusta. Notas en ti un cambio de humor:
estás satisfecho. A partir de ahora y recordando tanto tu malestar como el trabajo que
te dio ordenar todo decides otra conducta: organizarte diariamente para evitar
acumulaciones. Este cambio decidido por ti a partir de la toma de conciencia de un estado de
insatisfacción que se traducía en malhumor y fastidio no sólo te beneficia a ti sino a
las personas que te tenían que aguantar.

Pero muy distinto es el caso siguiente.
Haz reconocido con dolor que ya no amas a tu pareja. Los momentos que pasas junto
a ella son un infierno. El diálogo es dificultoso, comparten casi nada, la sexualidad
casi no existe. Por otra parte hay alguien, en la oficina, que te ha llamado la atención.
Te trata de una manera tan diferente que es imposible no comparar. Te vas dando
cuenta que tus momentos más felices son los del trabajo y que regresar a tu hogar es
como un suplicio. En varios momentos del día piensas, con temor, en proponer la
separación. Y ahí te enfrentas con varias emociones: miedo a las consecuencias,
especialmente a la reacción de tus hijos y de los parientes, problemas económicos,
toda la operativa de la separación... Lo consideras un verdadero lío. Pero no eres feliz.
¿Qué hacer, entonces?
En este caso, la decisión tomada y la acción a realizar van a provocar, ciertamente,
una conmoción en tu red social-familiar.
Aquí es donde la persona, inconscientemente, puede preferir “no darse cuenta” de lo
que está sucediendo pues, si toma conciencia, si pone en palabras aunque más no sea
una vez lo que le está pasando, se verá impulsado a una acción. Está acción puede
ser: plantear la necesidad de separarse o dejar que todo siga así hasta que “la muerte
los separe” o provocar al otro para que sea el iniciador de la decisión del divorcio. De
cualquier manera, algo tiene que hacer y no todas las personas están dispuestas a
aceptar las consecuencias de sus decisiones. Por eso, en ocasiones, una parte nuestra
“decide” no tomar conciencia de lo que nos pasa, de esta manera se evita la acción
que modificaría la situación. Esta es la descalificación.

Si en la toma de conciencia te permites darte cuenta de que algo no está funcionando
bien en tu vida, en la siguiente etapa te tendrás que hacer cargo de tu parte de
responsabilidad en el asunto. Este proceso es la autocrítica.

AutocríticaSoy el principal responsable.

Frente a las carencias la gente culpa a otros, a las circunstancias, al mal tiempo, al
gobierno, a la madre, a Dios o a Satanás. Acabas de tener una fuerte discusión con tu
esposa porque no pagó en fecha la escuela de vuestro hijo; a la madrugada te sientes
descompuesto después de una comilona y culpas a tu maldita vesícula; por la mañana
te golpeas con la mesa de la cocina y te sale un moretón. En todas estas situaciones
has depositado la causa de tus desgracias en el afuera, como si tu no fueras
responsable de nada. ¡Así es fácil vivir! Es posible que tu mujer se haya olvidado de
pagar la cuota escolar; que  la vesícula se te haya inflamado y que las patas de la
mesa estén muy abiertas. Pero, a pesar de que lo exterior tenga que ver con estos
hechos, y por más que te duela, tendrás que reconocer que de alguna manera has
contribuido a que cada acontecimiento ocurra. Pregúntate por qué no le recordaste a
tu mujer que mañana vencía la cuota y que estabas muy ocupado para ocuparte de
eso; ¿por qué comiste más de la cuenta si sabes que tu vesícula está con cálculos?;
¿no recuerdas, acaso, que la mesa es demasiado grande para esa cocina y que tienes que tener cuidado al pasar?. Date cuenta que no ejerciste la autocrítica. Has estado
descalificando tus propias conductas saboteadoras. Así que, aunque te moleste, es
momento de decir: ¡yo soy responsable por no recordarle a mi esposa lo de la cuota y
por haber comido de más y por no fijarme por donde camino!
Está demostrado por las distintas Ciencias de la Conducta, que una de las estrategias
utilizadas por las personas para no producir cambios y mantenerse en estado de queja
constante es no preguntarse: "¿En qué puedo ser responsable por esto o lo otro?"
Formulada la pregunta se necesita una respuesta y ésta, generalmente, contradice la
imagen idealizada que cada cual tiene de sí mismo.

La imagen es la apariencia que nos hemos fabricado más para nosotros mismos que para los demás y la idealización de esa figura tiene como objetivo engrandecerla, exaltarla. Lamentablemente, se trata
de una mentira que hay que sostener con la consiguiente baja de energía vital por
cuanto usar diariamente esa máscara o máscaras provoca agotamiento.

Analicemos con mayor precisión este concepto:
Sólo imágenes
Así como la toma de conciencia es obstaculizada por la descalificación, la autocrítica
lo es por la adherente afinidad que cada cual tiene con su imagen idealizada.
Cuando me miro en un espejo veo mi figura invertida. Por más puro que sea el cristal
me devuelve una realidad distorsionada: en él soy zurdo. En la imagen que me retorna
desde el espejo me afeito con la mano izquierda y, si bien me reconozco, yo no soy
ese.
En la vida, nos miramos en otros espejos no tan puros: son los demás. Aquellos que,
frente a mí, me devuelven, también, una  imagen. Si mirándome en el espejo termino
convencido de que soy zurdo, me engaño. De la misma manera lo haría si creyera en
la imagen que yo creo que los otros tienen de mí.
Para precisar el concepto de imagen creo conveniente que la relaciones con una
ficción, un mito, una quimera, una invención, una ilusión, una fantasía. En definitiva
algo totalmente irreal. Por eso, el famoso dicho “Conócete a ti mismo”, significa:
¡quítate todas las máscaras, eso que queda, eso eres tú!

Nuestro primer espejo es mamá, y sobre esa imagen vamos construyendo la nuestra.
Podremos ser reyes o gusanos; maravillosos o una porquería. Quizá, con suerte
llegaría a ser un ser humano. Todo depende. Cualquiera sea la imagen que hemos ido
construyendo se la va a defender "a muerte" porque estamos seguros de que de esa
imagen depende nuestra identidad, nuestra existencia como persona: soy lo que mi
imagen representa.Tus pensamientos, emociones, acciones, se relacionan íntimamente
con este concepto que tienes de ti mismo. Pero no es otra cosa que una ilusión de
identidad construida en la infancia y reforzada constantemente con múltiples
mecanismos de autoengaño.

Verdades ¿absolutas?
Ahí está la mujer de 36 años, Virginia, que nunca tuvo novio y se quedó viviendo al
lado de su madre, porque así fue “decidido” por el resto de la familia. Y Ernesto,
abogado, que siempre quiso tener un negocio de antigüedades y sufre con su
profesión hasta la úlcera sangrante... pero heredó la clientela de primer nivel del
padre, que la había heredado de su padre... y el Cacho, un buenazo obeso que siempre le hacían bromas pesadas sobre su gordura y terminó muriéndose de un infarto a los
33 años, edad en que, también, se murió su obeso padre. Siempre le decían, riendo:
“Eres igualito a tu padre... ja... ja”. Aquí está la joven embarazada sin quererlo, al
lado de un hombre que la amenaza con irse. Que casualidad. Lo mismo hizo su padre
al quedar embarazada su mujer. Enfrente, está la cuarentona con hijos adolescentes
que, por primera vez en su vida, sabe lo que es desear ya que el deseo estaba
prohibido en su infancia. ¿Deseo de qué? De todo. Era imposible desear pues con el
deseo se desafiaba a los dioses y el castigo podría ser terrible. Ahora, desde que
desea, le sobrevienen ataques de pánico. No es para menos. 

¿Quiere que sigamos?
¿Para qué? Mírate a ti mismo y verás cuantas coincidencias hay entre lo que
registraste desde niño y tu vida actual. He ahí la identificación con una imagen de ti
mismo creada con base en la imagen que siempre creíste que los demás tenían de ti:
la solterona, el frustrado exitoso, el gordito, la abandonada, la transgresora que
merece castigo... Los personajes son infinitos y, sin embargo, todos coincidimos en lo
mismo: vivimos nuestra vida según los dictados de un Amo. Pareciera ser que nadie
puede escapar de su destino. ¿Será así o será una gran mentira?

El SICVA

Una imagen de sí mismo debe ser sostenida a lo largo del tiempo. ¿Qué la hace tan
constante y por qué es tan difícil desarraigarla?
Las raíces que la mantienen fija son las creencias entrelazadas de tal manera que
forman un sistema. Su nombre: Sistema Interno de Creencias. Pero no se trata de
cualquier creencia del tipo “Creo que nos quedamos si leche o creo que el sábado los
Pérez no van a invitar a cenar”. No. Son creencias en Verdades Absolutas,  verdades
que no se deben cuestionar porque se corre el peligro de que se desmorone todo el
sistema y, por ende, la imagen de sí mismo, la propia identidad. Este SICVA (Sistema
de Creencias en Verdades Absolutas) se erige como un poderoso obstáculo para el
cambio. Para que éste se produzca es importante cuestionar esas "verdades absolutas"
sabiendo, de antemano, que la imagen construida puede tambalearse. Esto va a
generar elevados montos de angustia.
La autocrítica, precisamente, es una forma de cuestionamiento ya que uno tiene que
reconocer que  tiene fallas, que se equivoca, que se es un ser humano como todos y
esto atenta contra esa imagen idealizada. Si Juan se ha creído desde los cinco años
que era todopoderoso, que todo lo hacía perfectamente, que era irresistible con las
mujeres, no va a aceptar que se lo critique, que se le ignore o que se le cuestionen sus
ideas y procedimientos.
 Dos ejemplos complementarios: Juan y María
Aquel  Juan fue educado para creerse maravilloso. Sus padres minimizaban los
errores de su hijo. Si los llamaban de la escuela siempre encontraban una razón que
justificara su conducta o falta de aplicación. Cuando se golpeaba con una mesa la
madre, alarmada, la golpeaba a su vez mientras le decía "Mala, mala." Juan fue
construyendo una imagen de perfección. Sus éxitos le pertenecían mientras que sus
fracasos eran atribuidos a la mala suerte, a la ineficiencia de los otros, a los biorritmos
en baja o a la conjunción planetaria. La esposa de Juan, por sus problemas personales,
solicita una entrevista. Juan no sólo está de acuerdo sino que, además, la "ayuda" a que se cure. En una sesión conjunta él está bien, nada le sucede, tiene respuestas para
todo. Si algún tema lo roza, se escabulle como una anguila. Siempre cae bien parado.
"Lo que pasa es que hay que tener pensamientos positivos"  dice en la sesión.
Desestima cualquier crítica de la mujer mediante argumentaciones falaces y
abiertamente manipulativas de las cuales no se da cuenta. Como es de suponer el
vínculo matrimonial se está deteriorando, sus hijos tienen problemas escolares, en la
empresa es cuestionado por su inflexibilidad. Pero, a todo esto, Juan tiene sus
famosas explicaciones: "¿Cómo no va a tener problemas mi mujer con la madre que
tiene?; los chicos son así por las malas compañías; mis empleados son unos vagos
que dicen todas esas cosas porque no quieren trabajar". Ya lo ve: Juan no es
responsable de nada. Posee la verdad absoluta. Es un hombre completo. Un auténtico
dios.
La imagen que Juan tiene de sí, instalada desde su infancia por padres que lo
consideraban maravilloso, le impide ejercer su autocrítica (“Soy maravilloso. No
tengo fallas” es una de las tantas creencias que forman su SICVA). Si se llegara a
preguntar: "¿Qué puedo estar haciendo para tener problemas con mi mujer, para que
mis hijos tengan tantas dificultades, para que mis empleados me critiquen?", correría
el riesgo de poner en duda su Sistema Interno de Creencias en el que se sostiene su
imagen idealizada con lo que entraría en un derrumbe psicológico. Como se dice
habitualmente: caería a tierra y sufriría bastante. Podría deprimirse, angustiarse... y
cambiar. Pero como Juan teme "sentirse mal", angustiarse, le resulta más fácil culpar
a otros de sus desgracias. De esta manera encuentra las explicaciones tranquilizantes
para cada dificultad y su autoimagen idealizada, todopoderosa, queda intacta.  Son los
otros los que están mal, su mujer necesita un psicólogo.

María, en cambio, fue "programada" para tener una autoimagen desvalorizada.
Siempre fue la feúcha, la tímida, la pobrecita. Carente de opinión propia construyó su
mundo alrededor de los demás: vive excentrificada, con su centro puesto sobre los
demás. Ellos son los sabios, los puros, los bellos, los completos, los siempre gozosos.
En uno de nuestros cursos, al que vino "traída" por una amiga, comenzó a darse
cuenta de que no era un mísero deshecho humano como siempre creyó, que tiene
ideas propias, que se expresa muy bien, que siente la suficiente hostilidad como para
defender su propio espacio. En los distintos ejercicios fue tomando conciencia de que
hasta puede llegar a tener vida propia, deseos propios. Todo este descubrimiento la
angustia porque la impulsa a tomar decisiones. Al descubrir que el cambio es posible,
se cierra sobre sí y reaparece la autocrítica demoledora y desvalorizante. Ella misma
se define como "soy una mierda". El cambio la aterra, como a Juan.
Juan y María poseen dos estilos diferentes: él desestima que pueda tener aspectos
negativos y ella que los pueda tener positivos. Juan se ubica ante el mundo
exclamando: "¡Yo estoy bien; son los demás los que están mal!". María, en cambio,
se presenta diciendo "Yo estoy mal; los demás están bien". Cada una de estas dos
creencias marca la posición existencial de cada cual y es el mirador desde donde se
observa al mundo. Estas creencias inamovibles son los máximos obstáculos para
ejercer una autocrítica liberadora. ¿Se imagina a María diciendo, convencida, “tengo
conductas negativas pero también positivas. Para algunas cosas no sirvo y para otras sí. Como persona valgo mucho y a partir de hoy defenderé mis derechos”? O a Juan,
“reconozco que no soy el ser maravilloso que me creía. Estoy cometiendo muchos
errores, descalificando a mi mujer, no ocupándome de los chicos, manejando la
empresa de una manera autoritaria...”
Si lo anterior llegara a suceder (se consideran milagros, pero ocurren con bastante
frecuencia) Juan y María estarían sacándose las máscaras, con dolor, pues están
fuertemente pegadas, y habrían empezado un proceso de transformación que los
llevaría a ser ellos mismos y no la imagen que cada cual tiene de sí.

El deseo de cambio.

Esta es la tercera condición para pasar de un estado de insatisfacción permanente a un estado de satisfacción variable (Observe que no decimos “satisfacción permanente”
puesto que es un estado imposible. De ser así, dejaríamos de ser humanos). 

El cambio no es otra cosa que ese pasaje desde una circunstancia que nos impide el acceso al
bienestar a otra en donde ese bienestar es viable. Puede tratarse de factores externos
(un trabajo mal pago, un esposo tiránico, una carrera profesional mal elegida, etc.) o
internas (angustia, indecisiones, depresión, etc.). Para la psicoterapia integrativa, en
realidad, las circunstancias son predominantemente internas y en esto consiste la
responsabilidad. Tomando los ejemplos anteriores: YO soy responsable de tener un
trabajo mal pago, YO soy la responsable de continuar sosteniendo a un marido
tiránico, YO soy responsable de continuar en una carrera que no me interesa, como
asimismo YO soy responsable de mi angustia, mi depresión y mis indecisiones.

El deseo de cambio debe ser automotivado. Toda persona puede cambiar aquello que
no le gusta de ella y que la ha llevado a ese estado de infelicidad. Nadie puede obligar
a cambiar a nadie. Se puede invitar a un otro a que cambie pero sólo lo hará si es su
deseo y, lógicamente, previa toma de conciencia de que algo no anda bien y la
aceptación de su responsabilidad en el asunto.
Como vimos hace un rato, el proceso de cambio es una tarea ardua pues se debe
poner en juego la identidad construida a lo largo de los años y que está sostenida por
ese Sistema Interno de Creencias. La persona que tiene conciencia de que no es feliz,
que reconoce que ella misma es la principal productora de infelicidad y que desea
cambiar, tiene ganado mucho camino. Pero aquellas características propias con las
cuales nos hemos identificado y que nos resistimos a abandonar, funcionan como
obstáculos para el cambio. Se evidencian por el "No puedo" y, por momentos,
pareciera que es cierto que no se puede. Cada persona debe darse cuenta que no se es
tal o cual característica. Mi profesión es psicólogo pero yo no soy mi profesión.
Decir: "Soy psicólogo", es confundir el ser con el tener. Asimismo, Juan no es su
maravillosidad ni María su timidez. Lo que se es no se puede dejar de ser. Mi esencia
me acompaña a donde vaya. Si mi identidad es ser psicólogo... ¿Qué pasa en
vacaciones? ¿Dejo de existir? La depresión del fin de semana está muy relacionada
con esta identidad en función del tener o del hacer. “Cuando no estoy en la empresa,
no existo”, me comentó un paciente en una sesión.
La motivación para cambiar se verá notablemente fortalecida en la medida en que
cada uno pueda entender que no se es ese rasgo, ese gesto, esa conducta, ese hábito, esa condición, ese equipo de fútbol, ese sistema de creencias, esa profesión, ese nivel económico, etc..

El budismo denomina, a ese estado, desapego. De lo contrario, si nos apegamos a esas falsas identidades, el proceso de cambio se verá obstaculizado porque será vivido como pérdida de identidad, como abandono de viejas e inoperantes estructuras y no como enriquecimiento a través de una nueva, autónoma y creativa forma de pensar la vida.

La buena fe: cuarta condición (¿o primera?)
Ausencia de autoengaño

Tomamos aquí a la mala fe como una actitud de farsa para con uno mismo. Si lo
ponemos en forma positiva quedaría así: la buena fe es la disposición de autenticidad
para consigo mismo, con los propios valores, palabras que se dicen, sentimientos
congruentes y acciones consecuentes.
Un individuo que actúa de mala fe rige su vida por la falsedad, la mentira, un estado
de apariencia, se inventa una vida inexistente, se pone trampa tras trampa, se estafa,
se defrauda a sí mismo. Una parte de él conoce lo que está haciendo consigo mismo
pero lo descalifica apelando a miles de argucias y excusas tan poco convincentes que
no soportarían la más mínima confrontación. De ahí que las personas a las que se les
cuestionan esas falsas justificaciones se enojan o responden de manera brusca,
agresiva. Se sienten ofendidos, atrapados en un decir sin base cierta.
La mala fe atenta contra la toma de conciencia pero cuando se posee ésta última, el
autoengaño impide que la persona efectúe las acciones correctivas que le permitirían
resolver el conflicto en que se encuentra.
El caso típico es ese señor con sobrepeso que se propone adelgazar unos kilos. Tiene
autoconciencia y tiene autocrítica por cuanto reconoce que está comiendo a deshoras
y, sobre todo, con exceso de grasa, con  hidratos de carbono y además no hace ejercicio físico.
Este hombre se propone una meta: adelgazar diez kilos. Concurre a un médico
dietista, se hace los análisis que corresponden y comienza la dieta prescrita.  A los
tres días transgrede el plan con la autojustificación del casamiento de un pariente. Ahí
está la presencia activa de la mala fe.

Por más conciencia que se tenga del problema, ejerciendo una sincera autocrítica,
poseyendo un fuerte deseo de cambio si falta la buena fe los buenos propósitos se
estrellan contra el piso. Por eso, la buena fe, ese moño que ata todo el paquete, como
todo moño, es lo primero que se ve cuando nos hacen un regalo.  Y es lo primero que
tenemos que desatar para observar la riqueza de nuestro interior. Para lograr esto no
deberíamos temer descubrirnos tal como somos, con nuestras virtudes... y nuestras
miserias y... Decir, para siempre, adiós a nuestras máscaras.

Fuente:
Tomado del Libro ¿Qué hacer con la vida?
Lic. E. Jorge Antognazza
Estudio de Psicoterapia Integrativa - EPSIN
Buenos Aires, Argentina.

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