Para lograr
cambios significativos en tu vida y crear las condiciones para vivir en un
estado de
satisfacción es necesario que cumplas con estas cuatro condiciones:
1 - Autoconciencia:
tienes que reconocer tus propias carencias, dificultades,
circunstancias
desfavorables.
2 - Autocrítica, debes hacerte responsable de tus propias conductas
que producen y/o perpetúan el mal estar.
3 - Deseo de cambio: tienes que sentir, pensar
y hacer lo conveniente para generar transformaciones en la propia vida evaluando
las consecuencias de cada decisión tomada. Todo lo anterior debe estar
amorosamente
envuelto por,
4 - Tu buena fe o sea dejar
de engañarte a ti mismo.
Vayamos por partes.
Autoconciencia
Todo
proceso de cambio comienza con un darse cuenta, con un “ver” la situación,
sentirla.
Desde los hechos más simples (“Hay una mancha en mi pantalón”), hasta los
más
complejos (“Hay veces en que me doy cuenta que mi vida no tiene sentido”) y
requieren,
para ser cambiados, una toma de conciencia. ¿Qué puede pasar luego de
esta toma
de conciencia? Dejamos de ser inocentes.
Tenemos que actuar para resolver el
conflicto. Y este actuar puede provocarnos nuevos problemas.
Para evitar
sentir el dolor que produce ese darse cuenta de los propios problemas y
rehuir el
compromiso y responsabilidad por las acciones para resolverlos algunas
personas
instrumentan, sin saberlo, un mecanismo de defensa llamado
descalificación
o desestimación.
¿Qué es esto?
Descalificación
Esto quiere
decir: no ver el problema, quitarle importancia, rechazarlo, devaluarlo,
renegar de
eso, excluirlo, negarlo. El pensamiento positivo tiende, justamente, a
consolidar
ese mecanismo. Frases tales como "No pienses en eso", "Ya va a
pasar", "Todo está bien", "Hoy va a ser un buen día",
“Tienes que consolarte, la vida
continúa”,
“Sonríe, sonríe”, etc., le quitan importancia al conflicto o situación
problemática
lo cual obstaculiza su resolución.
Dada una
situación... ¿Qué es lo que se descalifica?
Imaginemos
a cuatro amigos quienes, reunidos en un bar, se cuentan sus problemas
sentimentales.
Julián ni siquiera percibe las señales que su mujer le envía y que
significan
que algo anda mal entre ellos. Pedro, en cambio, sí las percibe pero les dice
a sus
amigos que es cosa de mujeres y que ya se le va a pasar. Carlos toma conciencia
de la
crisis matrimonial pero declara que él se siente incapaz de hacer algo. Héctor
afirma, sin
dudar un instante, que cuando se presenta un problema de esta naturaleza
ya nada
puede hacerse.
Estos
cuatro hombres, cada cual con su estilo, no quieren hacerse cargo de que existe
un problema
(Julián), de que el problema tiene una significación (Pedro), de que es
posible
resolverlo ya sea con recursos propios (Carlos) o con ayuda externa (Héctor)
En
definitiva, cualquiera sea el tipo de descalificación, el problema se mantiene
sin
resolver.
En
síntesis:
Se pueden
descalificar varios aspectos de una circunstancia:
1) La
situación en sí misma: "eso no está ocurriendo";
2) La
importancia de lo que ocurre: "no te preocupes, no es nada."
3) La
capacidad propia para resolverla: "no puedo hacer nada"
4) La
resolución de esa situación: "nada se puede hacer; nadie puede
ayudarme".
La toma de
conciencia de un hecho que nos perturba y la aceptación de su existencia
es la
primera condición para promover un cambio. Esto posibilita que una persona
comience el
camino hacia una transformación de sus condiciones de vida.
Recordemos,
entonces: para que puedas empezar a cambiar esas circunstancias que te
hacen
sentir infeliz, lo primero que tienes que hacer es ver,sentir, reconocer tanto
tu
estado de
infelicidad como la o las causas que lo motivan.
Esta tarea
no es para nada fácil porque, una vez reconocida la causa, algo tienes que
hacer con
ella. Ese conocimiento que te lleva a una toma de decisión y, al final, a una
acción
puede provocarte un estado de angustia ante los cambios que tus conductas
pueden
originar en tu medio ambiente y red social-familiar.
Imagina,
por un momento, que la causa de tu malestar es el desorden que reina en tu
oficina. No
encuentras nada, el escritorio está lleno de papeles, varias carpetas sin
rótulo,
lápices sin punta, libros apilados en el suelo, etc.. Después de tomar
conciencia
de que gran parte de tu deseo de quedarte en casa está dado por el
desorden de
tu trabajo, decides hacer algo al respecto. Eliges un fín de semana y te
vas para la
oficina a ordenar todo lo desordenado. Compras una biblioteca y un
fichero,
clasificas los papeles, tiras todo lo desactualizado, rotulas las carpetas,
acomodas
los libros, afilas los lápices, etc.. Le has dedicado varias horas. Te sientes
cansado
pero la oficina quedó como a ti te gusta. Notas en ti un cambio de humor:
estás
satisfecho. A partir de ahora y recordando tanto tu malestar como el trabajo
que
te dio
ordenar todo decides otra conducta: organizarte diariamente para evitar
acumulaciones.
Este cambio decidido por ti a partir de la toma de conciencia de un estado de
insatisfacción
que se traducía en malhumor y fastidio no sólo te beneficia a ti sino a
las
personas que te tenían que aguantar.
Pero muy distinto es el caso siguiente.
Haz
reconocido con dolor que ya no amas a tu pareja. Los momentos que pasas junto
a ella son
un infierno. El diálogo es dificultoso, comparten casi nada, la sexualidad
casi no
existe. Por otra parte hay alguien, en la oficina, que te ha llamado la atención.
Te trata de
una manera tan diferente que es imposible no comparar. Te vas dando
cuenta que
tus momentos más felices son los del trabajo y que regresar a tu hogar es
como un
suplicio. En varios momentos del día piensas, con temor, en proponer la
separación.
Y ahí te enfrentas con varias emociones: miedo a las consecuencias,
especialmente
a la reacción de tus hijos y de los parientes, problemas económicos,
toda la
operativa de la separación... Lo consideras un verdadero lío. Pero no eres
feliz.
¿Qué hacer,
entonces?
En este
caso, la decisión tomada y la acción a realizar van a provocar, ciertamente,
una
conmoción en tu red social-familiar.
Aquí es
donde la persona, inconscientemente, puede preferir “no darse cuenta” de lo
que está
sucediendo pues, si toma conciencia, si pone en palabras aunque más no sea
una vez lo
que le está pasando, se verá impulsado a una acción. Está acción puede
ser:
plantear la necesidad de separarse o dejar que todo siga así hasta que “la
muerte
los separe”
o provocar al otro para que sea el iniciador de la decisión del divorcio. De
cualquier
manera, algo tiene que hacer y no todas las personas están dispuestas a
aceptar las
consecuencias de sus decisiones. Por eso, en ocasiones, una parte nuestra
“decide” no
tomar conciencia de lo que nos pasa, de esta manera se evita la acción
que
modificaría la situación. Esta es la descalificación.
Si en la
toma de conciencia te permites darte cuenta de que algo no está funcionando
bien en tu
vida, en la siguiente etapa te tendrás que hacer cargo de tu parte de
responsabilidad
en el asunto. Este proceso es la autocrítica.
Autocrítica: Soy el
principal responsable.
Frente a
las carencias la gente culpa a otros, a las circunstancias, al mal tiempo, al
gobierno, a
la madre, a Dios o a Satanás. Acabas de tener una fuerte discusión con tu
esposa
porque no pagó en fecha la escuela de vuestro hijo; a la madrugada te sientes
descompuesto
después de una comilona y culpas a tu maldita vesícula; por la mañana
te golpeas
con la mesa de la cocina y te sale un moretón. En todas estas situaciones
has
depositado la causa de tus desgracias en el afuera, como si tu no fueras
responsable
de nada. ¡Así es fácil vivir! Es posible que tu mujer se haya olvidado de
pagar la
cuota escolar; que la vesícula se te
haya inflamado y que las patas de la
mesa estén
muy abiertas. Pero, a pesar de que lo exterior tenga que ver con estos
hechos, y
por más que te duela, tendrás que reconocer que de alguna manera has
contribuido
a que cada acontecimiento ocurra. Pregúntate por qué no le recordaste a
tu mujer
que mañana vencía la cuota y que estabas muy ocupado para ocuparte de
eso; ¿por
qué comiste más de la cuenta si sabes que tu vesícula está con cálculos?;
¿no
recuerdas, acaso, que la mesa es demasiado grande para esa cocina y que tienes
que tener cuidado al pasar?. Date cuenta que no ejerciste la autocrítica. Has
estado
descalificando
tus propias conductas saboteadoras. Así que, aunque te moleste, es
momento de
decir: ¡yo soy responsable por no recordarle a mi esposa lo de la cuota y
por haber
comido de más y por no fijarme por donde camino!
Está
demostrado por las distintas Ciencias de la Conducta, que una de las
estrategias
utilizadas
por las personas para no producir cambios y mantenerse en estado de queja
constante
es no preguntarse: "¿En qué puedo ser responsable por esto o lo
otro?"
Formulada
la pregunta se necesita una respuesta y ésta, generalmente, contradice la
imagen
idealizada que cada cual tiene de sí mismo.
La imagen es la apariencia que nos hemos
fabricado más para nosotros mismos que para los demás y la idealización de esa
figura tiene como objetivo engrandecerla, exaltarla. Lamentablemente, se trata
de una
mentira que hay que sostener con la consiguiente baja de energía vital por
cuanto usar
diariamente esa máscara o máscaras provoca agotamiento.
Analicemos
con mayor precisión este concepto:
Sólo
imágenes
Así como la
toma de conciencia es obstaculizada por la descalificación, la autocrítica
lo es por
la adherente afinidad que cada cual tiene con su imagen idealizada.
Cuando me
miro en un espejo veo mi figura invertida. Por más puro que sea el cristal
me devuelve
una realidad distorsionada: en él soy zurdo. En la imagen que me retorna
desde el
espejo me afeito con la mano izquierda y, si bien me reconozco, yo no soy
ese.
En la vida,
nos miramos en otros espejos no tan puros: son los demás. Aquellos que,
frente a
mí, me devuelven, también, una imagen.
Si mirándome en el espejo termino
convencido
de que soy zurdo, me engaño. De la misma manera lo haría si creyera en
la imagen
que yo creo que los otros tienen de mí.
Para
precisar el concepto de imagen creo conveniente que la relaciones con una
ficción, un
mito, una quimera, una invención, una ilusión, una fantasía. En definitiva
algo
totalmente irreal. Por eso, el famoso dicho “Conócete a ti mismo”, significa:
¡quítate
todas las máscaras, eso que queda, eso eres tú!
Nuestro
primer espejo es mamá, y sobre esa imagen vamos construyendo la nuestra.
Podremos
ser reyes o gusanos; maravillosos o una porquería. Quizá, con suerte
llegaría a
ser un ser humano. Todo depende. Cualquiera sea la imagen que hemos ido
construyendo
se la va a defender "a muerte" porque estamos seguros de que de esa
imagen
depende nuestra identidad, nuestra existencia como persona: soy lo que mi
imagen
representa.Tus pensamientos, emociones, acciones, se relacionan íntimamente
con este
concepto que tienes de ti mismo. Pero no es otra cosa que una ilusión de
identidad
construida en la infancia y reforzada constantemente con múltiples
mecanismos
de autoengaño.
Verdades
¿absolutas?
Ahí está la
mujer de 36 años, Virginia, que nunca tuvo novio y se quedó viviendo al
lado de su
madre, porque así fue “decidido” por el resto de la familia. Y Ernesto,
abogado,
que siempre quiso tener un negocio de antigüedades y sufre con su
profesión
hasta la úlcera sangrante... pero heredó la clientela de primer nivel del
padre, que la
había heredado de su padre... y el Cacho, un buenazo obeso que siempre le
hacían bromas pesadas sobre su gordura y terminó muriéndose de un infarto a los
33 años,
edad en que, también, se murió su obeso padre. Siempre le decían, riendo:
“Eres
igualito a tu padre... ja... ja”. Aquí está la joven embarazada sin quererlo,
al
lado de un
hombre que la amenaza con irse. Que casualidad. Lo mismo hizo su padre
al quedar
embarazada su mujer. Enfrente, está la cuarentona con hijos adolescentes
que, por
primera vez en su vida, sabe lo que es desear ya que el deseo estaba
prohibido
en su infancia. ¿Deseo de qué? De todo. Era imposible desear pues con el
deseo se
desafiaba a los dioses y el castigo podría ser terrible. Ahora, desde que
desea, le
sobrevienen ataques de pánico. No es para menos.
¿Quiere que sigamos?
¿Para qué?
Mírate a ti mismo y verás cuantas coincidencias hay entre lo que
registraste
desde niño y tu vida actual. He ahí la identificación con una imagen de ti
mismo
creada con base en la imagen que siempre creíste que los demás tenían de ti:
la
solterona, el frustrado exitoso, el gordito, la abandonada, la transgresora
que
merece
castigo... Los personajes son infinitos y, sin embargo, todos coincidimos en lo
mismo:
vivimos nuestra vida según los dictados de un Amo. Pareciera ser que nadie
puede
escapar de su destino. ¿Será así o será una gran mentira?
El SICVA
Una imagen
de sí mismo debe ser sostenida a lo largo del tiempo. ¿Qué la hace tan
constante y
por qué es tan difícil desarraigarla?
Las raíces
que la mantienen fija son las creencias entrelazadas de tal manera que
forman un
sistema. Su nombre: Sistema Interno de Creencias. Pero no se trata de
cualquier
creencia del tipo “Creo que nos quedamos si leche o creo que el sábado los
Pérez no
van a invitar a cenar”. No. Son creencias en Verdades Absolutas, verdades
que no se
deben cuestionar porque se corre el peligro de que se desmorone todo el
sistema y,
por ende, la imagen de sí mismo, la propia identidad. Este SICVA (Sistema
de
Creencias en Verdades Absolutas) se erige como un poderoso obstáculo para el
cambio.
Para que éste se produzca es importante cuestionar esas "verdades
absolutas"
sabiendo,
de antemano, que la imagen construida puede tambalearse. Esto va a
generar elevados
montos de angustia.
La
autocrítica, precisamente, es una forma de cuestionamiento ya que uno tiene que
reconocer
que tiene fallas, que se equivoca, que
se es un ser humano como todos y
esto atenta
contra esa imagen idealizada. Si Juan se ha creído desde los cinco años
que era
todopoderoso, que todo lo hacía perfectamente, que era irresistible con las
mujeres, no
va a aceptar que se lo critique, que se le ignore o que se le cuestionen sus
ideas y
procedimientos.
Dos ejemplos complementarios: Juan y María
Aquel Juan fue educado para creerse maravilloso.
Sus padres minimizaban los
errores de
su hijo. Si los llamaban de la escuela siempre encontraban una razón que
justificara
su conducta o falta de aplicación. Cuando se golpeaba con una mesa la
madre,
alarmada, la golpeaba a su vez mientras le decía "Mala, mala." Juan
fue
construyendo
una imagen de perfección. Sus éxitos le pertenecían mientras que sus
fracasos
eran atribuidos a la mala suerte, a la ineficiencia de los otros, a los
biorritmos
en baja o a
la conjunción planetaria. La esposa de Juan, por sus problemas personales,
solicita
una entrevista. Juan no sólo está de acuerdo sino que, además, la
"ayuda" a que se cure. En una sesión conjunta él está bien, nada le
sucede, tiene respuestas para
todo. Si
algún tema lo roza, se escabulle como una anguila. Siempre cae bien parado.
"Lo
que pasa es que hay que tener pensamientos positivos" dice en la sesión.
Desestima
cualquier crítica de la mujer mediante argumentaciones falaces y
abiertamente
manipulativas de las cuales no se da cuenta. Como es de suponer el
vínculo
matrimonial se está deteriorando, sus hijos tienen problemas escolares, en la
empresa es
cuestionado por su inflexibilidad. Pero, a todo esto, Juan tiene sus
famosas
explicaciones: "¿Cómo no va a tener problemas mi mujer con la madre que
tiene?; los
chicos son así por las malas compañías; mis empleados son unos vagos
que dicen
todas esas cosas porque no quieren trabajar". Ya lo ve: Juan no es
responsable
de nada. Posee la verdad absoluta. Es un hombre completo. Un auténtico
dios.
La imagen
que Juan tiene de sí, instalada desde su infancia por padres que lo
consideraban
maravilloso, le impide ejercer su autocrítica (“Soy maravilloso. No
tengo
fallas” es una de las tantas creencias que forman su SICVA). Si se llegara a
preguntar:
"¿Qué puedo estar haciendo para tener problemas con mi mujer, para que
mis hijos
tengan tantas dificultades, para que mis empleados me critiquen?",
correría
el riesgo
de poner en duda su Sistema Interno de Creencias en el que se sostiene su
imagen
idealizada con lo que entraría en un derrumbe psicológico. Como se dice
habitualmente:
caería a tierra y sufriría bastante. Podría deprimirse, angustiarse... y
cambiar. Pero
como Juan teme "sentirse mal", angustiarse, le resulta más fácil
culpar
a otros de
sus desgracias. De esta manera encuentra las explicaciones tranquilizantes
para cada
dificultad y su autoimagen idealizada, todopoderosa, queda intacta. Son los
otros los
que están mal, su mujer necesita un psicólogo.
María, en
cambio, fue "programada" para tener una autoimagen desvalorizada.
Siempre fue
la feúcha, la tímida, la pobrecita. Carente de opinión propia construyó su
mundo
alrededor de los demás: vive excentrificada, con su centro puesto sobre los
demás.
Ellos son los sabios, los puros, los bellos, los completos, los siempre
gozosos.
En uno de
nuestros cursos, al que vino "traída" por una amiga, comenzó a darse
cuenta de
que no era un mísero deshecho humano como siempre creyó, que tiene
ideas
propias, que se expresa muy bien, que siente la suficiente hostilidad como para
defender su
propio espacio. En los distintos ejercicios fue tomando conciencia de que
hasta puede
llegar a tener vida propia, deseos propios. Todo este descubrimiento la
angustia
porque la impulsa a tomar decisiones. Al descubrir que el cambio es posible,
se cierra
sobre sí y reaparece la autocrítica demoledora y desvalorizante. Ella misma
se define
como "soy una mierda". El cambio la aterra, como a Juan.
Juan y
María poseen dos estilos diferentes: él desestima que pueda tener aspectos
negativos y
ella que los pueda tener positivos. Juan se ubica ante el mundo
exclamando:
"¡Yo estoy bien; son los demás los que están mal!". María, en cambio,
se presenta
diciendo "Yo estoy mal; los demás están bien". Cada una de estas dos
creencias
marca la posición existencial de cada cual y es el mirador desde donde se
observa al
mundo. Estas creencias inamovibles son los máximos obstáculos para
ejercer una
autocrítica liberadora. ¿Se imagina a María diciendo, convencida, “tengo
conductas
negativas pero también positivas. Para algunas cosas no sirvo y para otras sí.
Como persona valgo mucho y a partir de hoy defenderé mis derechos”? O a Juan,
“reconozco
que no soy el ser maravilloso que me creía. Estoy cometiendo muchos
errores,
descalificando a mi mujer, no ocupándome de los chicos, manejando la
empresa de
una manera autoritaria...”
Si lo
anterior llegara a suceder (se consideran milagros, pero ocurren con bastante
frecuencia)
Juan y María estarían sacándose las máscaras, con dolor, pues están
fuertemente
pegadas, y habrían empezado un proceso de transformación que los
llevaría a
ser ellos mismos y no la imagen que cada cual tiene de sí.
El deseo de
cambio.
Esta es la
tercera condición para pasar de un estado de insatisfacción permanente a un estado de
satisfacción variable (Observe que no decimos “satisfacción permanente”
puesto que
es un estado imposible. De ser así, dejaríamos de ser humanos).
El cambio no es otra
cosa que ese pasaje desde una circunstancia que nos impide el acceso al
bienestar a
otra en donde ese bienestar es viable. Puede tratarse de factores externos
(un trabajo
mal pago, un esposo tiránico, una carrera profesional mal elegida, etc.) o
internas
(angustia, indecisiones, depresión, etc.). Para la psicoterapia integrativa, en
realidad,
las circunstancias son predominantemente internas y en esto consiste la
responsabilidad.
Tomando los ejemplos anteriores: YO soy responsable de tener un
trabajo mal
pago, YO soy la responsable de continuar sosteniendo a un marido
tiránico,
YO soy responsable de continuar en una carrera que no me interesa, como
asimismo YO
soy responsable de mi angustia, mi depresión y mis indecisiones.
El deseo de
cambio debe ser automotivado. Toda persona puede cambiar aquello que
no le gusta
de ella y que la ha llevado a ese estado de infelicidad. Nadie puede obligar
a cambiar a
nadie. Se puede invitar a un otro a que cambie pero sólo lo hará si es su
deseo y,
lógicamente, previa toma de conciencia de que algo no anda bien y la
aceptación
de su responsabilidad en el asunto.
Como vimos
hace un rato, el proceso de cambio es una tarea ardua pues se debe
poner en
juego la identidad construida a lo largo de los años y que está sostenida por
ese Sistema
Interno de Creencias. La persona que tiene conciencia de que no es feliz,
que
reconoce que ella misma es la principal productora de infelicidad y que desea
cambiar,
tiene ganado mucho camino. Pero aquellas características propias con las
cuales nos
hemos identificado y que nos resistimos a abandonar, funcionan como
obstáculos
para el cambio. Se evidencian por el "No puedo" y, por momentos,
pareciera
que es cierto que no se puede. Cada persona debe darse cuenta que no se es
tal o cual
característica. Mi profesión es psicólogo pero yo no soy mi profesión.
Decir:
"Soy psicólogo", es confundir el ser con el tener. Asimismo, Juan no
es su
maravillosidad
ni María su timidez. Lo que se es no se puede dejar de ser. Mi esencia
me acompaña
a donde vaya. Si mi identidad es ser psicólogo... ¿Qué pasa en
vacaciones?
¿Dejo de existir? La depresión del fin de semana está muy relacionada
con esta
identidad en función del tener o del hacer. “Cuando no estoy en la empresa,
no existo”,
me comentó un paciente en una sesión.
La
motivación para cambiar se verá notablemente fortalecida en la medida en que
cada uno
pueda entender que no se es ese rasgo, ese gesto, esa conducta, ese hábito, esa
condición, ese equipo de fútbol, ese sistema de creencias, esa profesión, ese
nivel económico,
etc..
El budismo denomina, a ese estado, desapego. De lo contrario, si nos apegamos a
esas falsas identidades, el proceso de cambio se verá obstaculizado porque será
vivido como pérdida de identidad, como abandono de viejas e inoperantes
estructuras y no como enriquecimiento a través de una nueva, autónoma y creativa
forma de pensar la vida.
La buena
fe: cuarta condición (¿o primera?)
Ausencia de
autoengaño
Tomamos
aquí a la mala fe como una actitud de farsa para con uno mismo. Si lo
ponemos en
forma positiva quedaría así: la buena fe es la disposición de autenticidad
para
consigo mismo, con los propios valores, palabras que se dicen, sentimientos
congruentes
y acciones consecuentes.
Un
individuo que actúa de mala fe rige su vida por la falsedad, la mentira, un
estado
de
apariencia, se inventa una vida inexistente, se pone trampa tras trampa, se
estafa,
se defrauda
a sí mismo. Una parte de él conoce lo que está haciendo consigo mismo
pero lo
descalifica apelando a miles de argucias y excusas tan poco convincentes que
no
soportarían la más mínima confrontación. De ahí que las personas a las que se
les
cuestionan
esas falsas justificaciones se enojan o responden de manera brusca,
agresiva.
Se sienten ofendidos, atrapados en un decir sin base cierta.
La mala fe
atenta contra la toma de conciencia pero cuando se posee ésta última, el
autoengaño
impide que la persona efectúe las acciones correctivas que le permitirían
resolver el
conflicto en que se encuentra.
El caso
típico es ese señor con sobrepeso que se propone adelgazar unos kilos. Tiene
autoconciencia
y tiene autocrítica por cuanto reconoce que está comiendo a deshoras
y, sobre
todo, con exceso de grasa, con hidratos de
carbono y además no hace ejercicio físico.
Este hombre
se propone una meta: adelgazar diez kilos. Concurre a un médico
dietista,
se hace los análisis que corresponden y comienza la dieta prescrita. A los
tres días
transgrede el plan con la autojustificación del casamiento de un pariente. Ahí
está la
presencia activa de la mala fe.
Por más conciencia que se tenga del problema,
ejerciendo una sincera autocrítica,
poseyendo
un fuerte deseo de cambio si falta la buena fe los buenos propósitos se
estrellan
contra el piso. Por eso, la buena fe, ese moño que ata todo el paquete, como
todo moño,
es lo primero que se ve cuando nos hacen un regalo. Y es lo primero que
tenemos que
desatar para observar la riqueza de nuestro interior. Para lograr esto no
deberíamos
temer descubrirnos tal como somos, con nuestras virtudes... y nuestras
miserias y... Decir, para siempre, adiós a nuestras
máscaras.
Fuente:
Tomado del Libro ¿Qué hacer
con la vida?
Lic. E.
Jorge Antognazza
Estudio de
Psicoterapia Integrativa - EPSIN
Buenos
Aires, Argentina.
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