La escucha es un buen remedio para la violencia. Cuando uno
experimenta que de verdad ha sido escuchado, lo normal es que se tranquilice.
Por el contrario, cuando la persona no se siente escuchada
percibe que se le ha vulnerado el respeto y la dignidad que merece... entonces, se
despierta la "fiera" que dormitaba dentro y, de repente, ha sido
herida. Sobresaltada y dolorida, la fiera lanza sus garras más poderosas: la
palabra airada y cruel envuelta en la atmósfera de una tempestad de
movimientos, sin dirección ni sentido alguno.
La violencia y la escucha no son compatibles. Pues como
escribe Hannah Arendt: "sólo la pura violencia es muda, razón por la que
nunca puede ser grande". Allí donde hay violencia no cabe la escucha. En
el espacio para la escucha tampoco hay lugar para la violencia.
De las discusiones casi nunca sale la luz. La causa de ello
es que es imposible escuchar. Las pasiones en ella, sustituyen a la reflexión.
Ninguno se pone en el lugar del otro, sencillamente porque está demasiado
ocupado en la defensa de lo que cree que es la territorialidad de lo suyo.
La madera que acrece el fuego de las discusiones es el
lenguaje interior que anima a cada uno de los contendientes, lo que estoy sintiendo es que tu me heriste... lo que me hiciste no tiene perdón... etc, etc, en estas circunstancias, ¿qué posibilidad existe de ponerse en el
lugar del otro? Ninguna, no hay ninguna posibilidad.
Escuchar al otro, por el contrario es dar el primer paso
para amarle. Cuando no se ama a alguien la primera manifestación que comparece
es la de no escucharle.
Cuando se ama a alguien, en cambio, con qué atención se le
escucha; qué a gusto se está escuchándole; cómo pasa el tiempo volando mientras
se le escucha. En esas circunstancias,
es verdad -y no una simple metáfora- que la persona "se bebe las palabras
del otro". Se las "bebe" por la sencilla razón de que está sediento
de todo cuanto al otro le importa, desea hacer suyo lo que hay en la intimidad
de la persona a la que escucha, y sabe que las palabras constituyen el precioso
líquido que les une.
Te escucho porque mi existencia sin tu palabra está vacía;
te escucho para que tus palabras sean mi alimento y se queden conmigo; te
seguiré escuchando aún cuando no me hables o lo hagas sin palabras; te escucho
porque el origen de esas palabras eres tú, sencillamente tú, la persona que
quiero.
La actitud de hablar es la contraria a la actitud de la
violencia. Se escucha cuando se confía en quien habla. Se es violento cuando se
desconfía de quien habla.
La confianza, en cambio, es atractiva y creativa, no es
suspicaz, se complace en considerar los valores del otro, no agiganta las
imperfecciones de nadie, motiva a actuar y a dejar que actúen, no sufre cuando
hay que delegar, está dispuesta cada día para volver de nuevo a confiar, sabe
que ella misma puede crecer más y respalda y saca provecho de todos. La
confianza está persuadida de que la realidad humana es siempre más positiva que
negativa.
La clave también para manejar el conflicto es que todo es cuestión de confianza, sin ella no podemos convivir, nuestra existencia gira en torno a la confianza, de ahí la importancia de esta poderosa energía que es la confianza,cuidarla debe ser una de nuestras prioridades en la vida, puesto que se apoya en la firme esperanza y proporciona seguridad, optimismo, alegría; por el contrario cuando se pierde la confianza, el recelo lleva al temor, al malestar, a la insatisfacción, cuando entra la duda, la inquietud nos reprime, nos paraliza y causa el sufrimiento.
Las relaciones interpersonales, las comerciales, las relaciones amorosas, las profesionales... todas las relaciones tienen su fundamento en la confianza no defraudada, es la base para convivir, es la prevención para evitar que despierte la fiera que llevamos dentro.
Fuente:Apartes extraídos del libro: "Aprender a Escuchar" de Aquilino
Polaino